La educación de calidad es un privilegio para la mayoría de los niños nicaragüenses y cuando a ello se suman limitaciones físicas y de aprendizaje, el camino se vuelve más difícil.

Aurora Alejandra asiste al Centro María Auxiliadora, Estelí. Desde su primer grado, sus deficiencias en lectoescritura y razonamiento lógico matemático la pusieron en desventaja con el resto de sus compañeros, volviéndola una niña tímida. Desde ese momento, el trabajo docente–familia fue crucial para acompañar el proceso educativo de Aurora e implementar estrategias que lograran el desarrollo de sus habilidades.

Con la llegada de la pandemia del COVID-19, los nuevos métodos de aprendizaje desde casa le exigieron mucho más y a ello se sumó su ansiedad y malnutrición. La cuesta por la que Aurora empezaba a subir se volvía más inclinada pero junto a su mamá, María Enriqueta, decidieron no darse por vencidas. Quedarse atrás no era una opción. 

“Durante 2020, Aurora destacó por ser una estudiante dedicada y responsable, a pesar de sus discapacidades físicas que afectan su vista y movilidad”, comenta su profesora, Maryan.

Hablar y expresarse muy bien en público ha sido uno de los grandes logros de Aurora. Es una niña más activa y elocuente, lo que le ha permitido sobresalir en su grupo de estudios. Incluso, la responsable de la biblioteca, la describe como “una estudiante atenta y dispuesta a mejorar”.

Detrás de esos divertidos lentes morados, ya no hay más una niña tímida. Con sólo nueve años, es sorprendente el gusto que ha tomado por la lectura y el ser parte del club de lectores del centro. ¿Hubiese sido posible sin el acceso a herramientas educativas que se ajustaran a sus necesidades individuales?

“La motivación constante de sí misma surgió en gran manera a partir de las influencias del eje socio-familiar y educativo del cual ha sido muy beneficiada” – afirma Maryan. Ella es un ejemplo de superación académica.